Serbia es como un ex preso que camina continuamente por la delgada línea
roja que separa el bien del mal. Por un lado se esfuerza en demostrarse a si
misma y a los demás su plena rehabilitación y reinserción en la sociedad. Por
otro, juega constantemente con el peligro y la posibilidad de tirar por la
borda lo conseguido durante años de encierro.
En mayo se celebraban unas elecciones presidenciales en las que se daba por
hecho la continuidad del socialdemócrata Boris Tadic, líder del Partido
Democrático y salía vencedor Tomislav Nikolic, un ultranacionalista disfrazado
de populista, líder del Partido Progresista Serbio (SNS), escisión del Partido
Radical Serbio (SRS).Y el pasado viernes, Ivica Dacic, presidente del Partido
Socialista, ministro del Interior desde el 2008 y portavoz de Slobodan Milosevic
durante la guerra de los Balcanes, era elegido primer ministro.
En las presidenciales, muchos serbios fueron a votar con la sensación de
elegir entre lo malo y lo peor. Tadic, reformista, proeuropeo y Jefe del Estado
desde el 2004 era lo malo. Nikolic, conservador, europeísta converso y en su
día aliado del omnipresente en la política serbia, aunque falleciese hace ya
seis años, Slobodan Milosevic, representaba lo peor.
Pero la lucha electoral se centro exclusivamente en la crisis económica que
sufre Serbia. Una tasa del paro cercana al 24%-con un dinar depreciado cerca
del 30% y una deuda creciendo por encima del 15%- logro eclipsar al conflicto
territorial de Kosovo y antes los ojos del electorado, convertir a Nikolic en
un respetable líder derechista. Y lo peor se impuso a lo malo. Pero no hay
que olvidar que el Jefe del Estado de los casi diez millones de serbios, fue
durante muchos años, mano derecha de Vojislav Seselj –ocupando interinamente su
puesto durante cinco años-presidente de los radicales y desde el 2003 detenido
y acusado por el TPIY por crímenes de lesa humanidad.
El éxito del SNS en la urnas era doble. Con 58 escaños se convertía en la
primera fuerza parlamentaria de una Asamblea Nacional de 248 miembros. Aunque
el autentico vencedor de las elecciones parlamentarias fue el Partido
Socialista Serbio que con 25 escaños, diez escaños mas que hace cuatro años, se
convertía una vez mas en arbitro de la situación.
Ivica Dacic líder de los socialistas ya le había arrancado a Tadic la
promesa de convertirle en primer ministro si revalidaba su cargo, a cambio de
su apoyo en la segunda vuelta. Pero la Constitución serbia a quien otorga poder real es al gobierno y no
al jefe del Estado y con Tadic perdedor, los hombres de Nikolic no tardaron en
ofrecerle a Dacic el puesto al que tanto tiempo llevaba aspirando.
Dos meses después y tras 12 horas de acalorado debate, 142 votos
afirmativos confirmaban a Dacic como jefe de gobierno, pero sobre todo
permitían a los ultranacionalistas alcanzar todas las esferas del poder serbio.
Todas las dudas-aunque dudo que nadie las tuviera-de las intenciones de el SNS
de tener el autentico control del ejecutivo, fue el nombramiento del numero dos
de los progresistas, Aleksandar Vucic como primer viceprimer ministro y
ministro de Defensa entre otras atribuciones.
Vucic, ex alcalde de Belgrado, no es recordado entre los serbios-y entre
los medios de comunicación nacionales e internacionales tampoco-por el tiempo
que estuvo como regidor. Aparte de ser uno de los máximos dirigentes del Partido Radical Serbio
antes de pasarse a las filas de Nikolic, fue ministro de Información de
Milosevic y artífice de la famosa y polémica Ley de Información que lleva su
nombre. Todos los canales de televisión extranjeros fueron retirados de
las redes por cable dejando a la Radio Televisión Serbia como la única fuente
de noticias en el país. Muchas cadenas de radio, entre ellas la famosa B92 o
Radio 21 fueron clausuradas e introdujo multas para los periodistas
independientes que hablasen en contra del gobierno, obligando a muchos a huir
del país.
Con unos dirigentes con semejantes antecedentes es razonable que Europa
ponga en cuarentena al nuevo Gobierno serbio. Desde Nemanjina, sede del
gobierno serbio, la coalición encabezada por Dacic tendrá que convencer con
políticas reales que su llegada al poder no es una vuelta a la década de los
noventa, al nacionalismo del pasado.
Al dirigente socialista le va a resultar muy difícil controlar un gabinete
en el que muchos de sus miembros-en el que solo hay cinco mujeres en un
ejecutivo de 18-arengaban desde los atriles de los mítines electorales en
contra de la Unión Europea y a favor de una Serbia bajo el paraguas de la Rusia
de Putin.
No solo la Unión Europea como institución, si no todos los europeos tenemos
que estar inquietos ante el rebrote del ultranacionalismo étnico que a finales
del siglo pasado, causo mas de 125.000 muertes en pleno corazón del continente.
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