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miércoles, 29 de abril de 2015

Islandia dice no a Europa

La Unión Europea se está muriendo”, escribió el politólogo norteamericano Charles Kupchan en 2010, en el arranque de la crisis del euro. “No una muerte súbita, sino una tan lenta y constante que un día nos daremos cuenta de que la integración europea dada por hecha durante el último medio siglo ya no es”. Cinco años después el diagnóstico de Kupchan es más creíble. El abandono de las negociaciones de adhesión por parte de Islandia, evidencia la perdida de atractivo de lo que un día fue uno de los grandes poderes geopolíticos a escala global. El argumento del gobierno conservador islandés es escueto, pero sustancioso: los intereses del país se pueden defender mejor sin formar parte de la UE.  Se ponía así fin al proceso de integración iniciado en 2009.

Con una agenda ampliadora repleta de candidatos – unos efectivos, otros potenciales y otros tan solo vecinos con aspiraciones de ir más allá, sobre todo en el terreno comercial – como trufada de problemas – la deriva autoritaria de Erdogan, el veto griego a Macedonia, el problema de Kosovo, las asignaturas pendientes de Serbia o la crisis bosnia por citar solo unos cuantos - la retirada de la candidatura islandesa anunciada por el Ejecutivo de Reikiavik podría incluso ser recibida con alivio en Bruselas.

Del mismo modo, con una agencia política desbordada por urgencias de todo tipo – la crisis de los refugiados, el desafío de Syriza, el referéndum británico, una posible replica de la crisis económica o la deriva autoritaria en Rusia por citar, de nuevo, solo los más salientes – que una isla perdida en mitad del Atlántico norte, con 300.000 habitantes, en la que todos pueden haber compartido parvulario y un PIB por debajo del de Kosovo – con un crecimiento para este año y el próximo del 3,5% y del 3,2%, respectivamente según previsiones del FMI - haya decidido mantener sus relaciones con la Unión  en los términos en los que éstas estaban planteadas antes de iniciar las negociaciones de adhesión, no debería de suponer el mas mínimo contratiempo para el club de los 28.

Y más todavía teniendo en cuenta que se trataba de un desenlace en extremo previsible. Las discrepancias con respecto al ingreso en la Unión vienen de lejos, casi desde el momento en que fue solicitado en mayo de 2009. La entonces primera ministra Johanna Sigurdardottir, que encabezaba una coalición de gobierno entre socialdemócratas y verdes, formalizaba la adhesión en respuesta a la grave crisis financiera que puso al país al borde del colapso un año antes pero falta desde el primer momento del necesario consenso entre las principales fuerzas del arco parlamentario: 33 votos a favor, frente a 28 en contra. Pero el entusiasmo de los islandeses por la adhesión se fue desinflando conforme el país empezó a recuperarse económicamente - está a punto de recuperar todo el terreno perdido durante la crisis de 2008 y 2009 y de incluso superar su nivel previo al declive – y su candidatura quedó herida de muerte desde el momento en que los liberales del Partido del Progreso y los conservadores del Partido de la Independencia relevaron a la coalición de izquierdas en Stjórnarráð ( la Moncloa islandesa).

Aun así, sería un tremendo error que la Unión Europea – que vive una cierta fatiga de ampliación – no extrajera conclusiones de la decisión tomada por Reikiavik – para muchos una boutade tratándose de un país con una población parecida a la de Córdoba – porque aun siendo desde casi todos los puntos de vista insignificante la candidatura islandesa servía cuando menos para acreditar que la Unión no solo era capaz de atraer a países como los balcánicos, que siguen sin resolver sus problemas de fronteras, relaciones étnicas y corrupción, sino también a democracias modélicas y elevados niveles de vida, como Noruega o Suiza, unidas por su desconfianza en las instituciones europeas y en su falta de interés en ir mas allá en su grado de integración en la Unión.

La economía es sin duda la primera de las prioridades para los gobiernos europeos, pero el proyecto de una Europa unida es más que la economía y eso debería de obligar a sus lideres a interrogarse ¿Para qué ciudadanos y para qué tipo de países resulta atractiva, a día de hoy, la Unión Europea?

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