La Unión Europea se está muriendo”, escribió el politólogo norteamericano
Charles Kupchan en 2010, en el arranque de la crisis del euro. “No una muerte
súbita, sino una tan lenta y constante que un día nos daremos cuenta de que la
integración europea dada por hecha durante el último medio siglo ya no es”.
Cinco años después el diagnóstico de Kupchan es más creíble. El abandono de las
negociaciones de adhesión por parte de Islandia, evidencia la perdida de
atractivo de lo que un día fue uno de los grandes
poderes geopolíticos a escala global. El
argumento del gobierno conservador islandés es escueto, pero sustancioso: los
intereses del país se pueden defender mejor sin formar parte de la UE. Se ponía así fin al proceso de integración iniciado en
2009.
Con una agenda ampliadora repleta
de candidatos – unos efectivos, otros potenciales y otros tan solo vecinos con
aspiraciones de ir más allá, sobre todo en el terreno comercial – como trufada
de problemas – la deriva autoritaria de Erdogan, el veto griego a Macedonia, el
problema de Kosovo, las asignaturas pendientes de Serbia o la crisis bosnia por
citar solo unos cuantos - la retirada de la candidatura islandesa anunciada por el
Ejecutivo de Reikiavik podría incluso ser recibida con alivio en Bruselas.
Del mismo modo, con una agencia política
desbordada por urgencias de todo tipo – la crisis de los refugiados, el desafío
de Syriza, el referéndum británico, una posible replica de la crisis económica o la deriva autoritaria
en Rusia por citar, de nuevo, solo los más salientes – que una isla perdida en
mitad del Atlántico norte, con 300.000 habitantes, en la que todos pueden haber
compartido parvulario y un PIB por debajo del de Kosovo – con un crecimiento para este año y el próximo del 3,5% y del 3,2%, respectivamente
según previsiones del FMI - haya decidido mantener sus relaciones con la Unión en los términos en los que éstas estaban planteadas
antes de iniciar las negociaciones de adhesión, no debería de suponer el mas mínimo
contratiempo para el club de los 28.
Y más todavía teniendo en cuenta que se trataba de un
desenlace en extremo previsible. Las discrepancias
con respecto al ingreso en la Unión vienen de lejos, casi desde el momento en
que fue solicitado en mayo de 2009. La entonces primera ministra Johanna Sigurdardottir,
que encabezaba una coalición de gobierno entre socialdemócratas y verdes,
formalizaba la adhesión en respuesta a la grave
crisis financiera que puso al país al borde del colapso un año antes pero falta
desde el primer momento del necesario consenso entre las principales fuerzas
del arco parlamentario: 33 votos a favor,
frente a 28 en contra. Pero el entusiasmo de
los islandeses por la adhesión se fue desinflando conforme el país empezó a
recuperarse económicamente - está a punto de recuperar todo el terreno perdido
durante la crisis de 2008 y 2009 y de incluso superar su nivel previo al
declive – y su candidatura quedó herida de muerte desde el momento en que los
liberales del Partido del Progreso y los conservadores del Partido de la Independencia
relevaron a la coalición de izquierdas en Stjórnarráð ( la Moncloa islandesa).
Aun así, sería un tremendo error que la Unión Europea –
que vive una cierta fatiga de ampliación – no extrajera conclusiones de la
decisión tomada por Reikiavik – para muchos una boutade tratándose de un país con una población parecida a la de Córdoba
– porque aun siendo desde casi todos los puntos de vista insignificante la
candidatura islandesa servía cuando menos para acreditar que la Unión no solo
era capaz de atraer a países como los balcánicos, que siguen sin resolver sus problemas de fronteras,
relaciones étnicas y corrupción, sino también a democracias modélicas y elevados niveles de
vida, como Noruega o Suiza, unidas por su desconfianza en las instituciones
europeas y en su falta de interés en ir mas allá en su grado de
integración en la Unión.
La economía es sin duda la primera de las prioridades para los gobiernos
europeos, pero el proyecto de una Europa unida es más que la economía y eso
debería de obligar a sus lideres a interrogarse ¿Para
qué ciudadanos y para qué tipo de países resulta atractiva, a día de hoy, la
Unión Europea?