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martes, 25 de noviembre de 2014

EEUU – Cuba: El enrevesado camino hacia el desbloqueo

El periódico The New York Times se ha sumado a la lista de voces que se alzan en Estados Unidos contra el embargo a Cuba, pidiendo a Barack Obama la utilización de las prerrogativas del Ejecutivo para acabar con la política de embargo, nacida casi con el inicio de la revolución, en 1959, y que —increíblemente— medio siglo después sigue en vigor.

En un editorial (el primero de cuatro que se sucedieron a lo largo del mes pasado) traducido al español en su página web, el periódico por excelencia de Estados Unidos, pedía a Obama dar un giro de 180 grados a su política y normalizar las relaciones diplomáticas con el gobierno de Raúl Castro, rotas en 1961, para facilitar el desembarco de las compañías norteamericanas interesadas en asociarse con un país que necesita miles de millones de euros para su desarrollo. No es la primera vez que el periódico se manifiesta contra la vigencia del castigo para forzar cambios democráticos en la isla caribeña, pero sí lo es su claro alineamiento con los consorcios y grupos de presión – varias organizaciones de cubanos en el exilio, algunos senadores republicanos muy influyentes como Bob Graham o Jeff Flake e importantes empresarios, como el magnate del azúcar Alfonso Fanjul o J. Ricky Arriola, presidente del poderoso consorcio Inktel – que desde hace mucho tiempo vienen reclamando un cambio de rumbo en la Casa Blanca.

Hace tiempo que la isla no está gobernada por Fidel Castro – que aunque no sigue la letra pequeña de las reformas en curso está al tanto de todas y cada una de las decisiones de calado – sino por su hermano Raúl, pero puede decirse que Cuba en esencia sigue siendo la misma, y también que el embargo norteamericano ha sido un fracaso.

Si algo ha cambiado en la mayor de las Antillas – una nueva Ley de inversión extranjera, la paulatina desregulación de empresas y el levantamiento de las restricciones para que los particulares puedan establecer pequeños negocios o la flexibilización de las políticas migratorias que impedían a los cubanos viajar fuera de la isla suscitan un gran interés internacional – ha sido por decisión y conveniencia del propio gobierno, no resultado de la política de bloqueo estadounidense.

Para el New York Times es el momento de suprimir esta vieja figura de la política internacional – sin duda el principal polo de fricción política entre Washington y América Latina – y de iniciar una nueva era de colaboración entre Estados Unidos y Cuba.

La editorial del rotativo neoyorkino llegaba días después de que Hillary Clinton revolucionara Florida – la capital del exilio – con unas declaraciones, a propósito de la publicación de Hard Choices, su reciente libro de memorias, sobre la necesidad de cambiar el enfoque hacia Cuba y acabar con el embargo. Por primera vez, una personalidad que aspira a la presidencia de los Estados Unidos se manifiesta públicamente a favor de levantar o relajar el bloqueo impuesto por Washington. Diciendo en voz alta lo que desde hace tiempo todos saben en el 1600 de la Avenida de Pennsylvania: que el bloqueo no sirve para nada.

La exsecretaria de Estado de Obama, para quien el embargo cubano es un escollo para el desarrollo y el crecimiento de las buenas relaciones político-diplomáticas del hemisferio americano,  ha realizado estas manifestaciones en el momento en que arranca su carrera hacia la candidatura demócrata a la Casa Blanca. Sin tener ningún temor que esa afirmación – a contracorriente de toda la política de Washington hacia Cuba en el último medio siglo – constituya un hándicap para ella en la larga y dura batalla electoral que tiene por delante hasta las elecciones del 2016, donde tendrá que enfrentarse a unos republicanos mayoritariamente reacios a todo cambio de Washington con respecto a Cuba.

La publicación de los editoriales de The New York Times – que explícitamente reclaman el levantamiento del embargo – las declaraciones de Hillary Clinton – y otros ex altos funcionarios – y la evolución de la política en Florida – con los estadounidenses de origen cubano con una actitud mucho mas abierta – suscita la esperanza que la política tradicional de Estados Unidos respecto a Cuba este a punto de cambiar.

Pero la realidad es que, para Obama, Cuba es una prioridad relativamente menor. Es poco probable que, a la hora de decidir cómo invertir su limitado capital político, el presidente – más  centrado en la política exterior, donde dispone de un mayor margen de maniobra, que en la política interior, donde el Congreso dispone de la llave del bloqueo – lo dedique a cambiar de manera significativa la política hacia Cuba.

Irak, Siria e Irán, Ucrania, Rusia o Palestina. Obama tiene entre manos un complicado panorama internacional y no querrá arriesgarse a perder la escasa voluntad de colaboración que tiene entre varios congresistas del bando republicano. Con el control absoluto del Congreso en manos de estos, el presidente necesita todo el respaldo posible para elaborar su política exterior en un periodo crítico.

Pero las esperanzas de cambio se intensifican por la posible participación de Obama en la próxima Cumbre de Las Américas en abril de 2015. Por primera vez desde que empezaron a celebrarse estas cumbres hace 20 años, Panamá, el país anfitrión de la cumbre ha invitado a Cuba, una decisión que refleja la opinión unánime de los gobiernos de la región, que amenazaron con no ir si La Habana no era invitada.

Obama se enfrenta sin duda a su mayor desafío diplomático en Latinoamérica en los próximos meses: si aparece en la foto de Panamá junto a Castro la derecha estadounidense – que desde sus tribunas han sido efectivos altavoces de la línea más dura del anticastrismo – lo acusará de haberse rendido incondicionalmente ante la diplomacia bolivariana. Por otra parte, si Obama no va a Panamá, la “izquierda” lo acusará de haber dictado una sentencia de muerte para el que para EE UU es el principal foro de debate hemisférico.

El Gobierno de Estados Unidos aún no tiene claro qué hacer, como no está claro que ni siquiera la aparición de Obama en la Cumbre al lado de Raúl Castro – por no hablar de una eventual entrevista entre ambos –pudiera significar un cambio de estrategia de Estados Unidos respecto a Cuba. Una apertura real hacia La Habana, que contribuiría a importantes cambios económicos y políticos en la isla y eliminaría un obstáculo central en las relaciones entre EEUU y el resto de América Latina.

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