El periódico The New York Times se
ha sumado a la lista de voces que se alzan en Estados Unidos contra el embargo
a Cuba, pidiendo a Barack Obama la utilización de las prerrogativas del
Ejecutivo para acabar con la política de embargo, nacida casi con el inicio de
la revolución, en 1959, y que —increíblemente— medio siglo después sigue en
vigor.
En un editorial (el primero de cuatro que se sucedieron a lo largo del mes
pasado) traducido al español en su página web, el periódico por excelencia de
Estados Unidos, pedía a Obama dar un giro de 180 grados a su política y normalizar
las relaciones diplomáticas con el gobierno de Raúl Castro, rotas en 1961, para
facilitar el desembarco de las compañías norteamericanas interesadas en
asociarse con un país que necesita miles de millones de euros para su
desarrollo. No es la primera vez que el periódico se manifiesta contra la
vigencia del castigo para forzar cambios democráticos en la isla caribeña, pero
sí lo es su claro alineamiento con los consorcios y grupos de presión – varias
organizaciones de cubanos en el exilio, algunos senadores republicanos muy
influyentes como Bob Graham o Jeff Flake e importantes empresarios, como el
magnate del azúcar Alfonso Fanjul o J. Ricky Arriola, presidente del poderoso
consorcio Inktel – que desde hace mucho tiempo vienen reclamando un cambio de
rumbo en la Casa Blanca.
Hace tiempo que la isla no está gobernada por Fidel Castro – que aunque no
sigue la letra pequeña de las reformas en curso está al tanto de todas y cada
una de las decisiones de calado – sino por su hermano Raúl, pero puede decirse
que Cuba en esencia sigue siendo la misma, y también que el embargo
norteamericano ha sido un fracaso.
Si algo ha cambiado en la mayor de las Antillas – una nueva Ley de
inversión extranjera, la paulatina desregulación de empresas y el levantamiento
de las restricciones para que los particulares puedan establecer pequeños
negocios o la flexibilización de las políticas migratorias que impedían a los
cubanos viajar fuera de la isla suscitan un gran interés internacional – ha
sido por decisión y conveniencia del propio gobierno, no resultado de la
política de bloqueo estadounidense.
Para el New York Times es el momento
de suprimir esta vieja figura de la política internacional – sin duda el principal polo de
fricción política entre Washington y América Latina – y de iniciar una nueva era de
colaboración entre Estados Unidos y Cuba.
La editorial del rotativo neoyorkino llegaba días después
de que Hillary Clinton revolucionara Florida – la capital del exilio – con unas
declaraciones, a propósito de la publicación de Hard Choices, su reciente libro de memorias,
sobre la necesidad de cambiar el enfoque hacia Cuba y acabar con el embargo. Por primera vez, una
personalidad que aspira a la presidencia de los Estados Unidos se manifiesta
públicamente a favor de levantar o relajar el bloqueo impuesto por Washington.
Diciendo en voz alta lo que desde hace tiempo todos saben en el 1600 de la
Avenida de Pennsylvania: que el bloqueo no
sirve para nada.
La exsecretaria de Estado de Obama, para quien el
embargo cubano es un escollo para el
desarrollo y el crecimiento de las buenas relaciones
político-diplomáticas del hemisferio americano, ha realizado estas manifestaciones en el
momento en que arranca su carrera hacia la candidatura demócrata a la Casa
Blanca. Sin tener ningún temor que esa afirmación – a contracorriente de toda
la política de Washington hacia Cuba en el último medio siglo – constituya un
hándicap para ella en la larga y dura batalla electoral que tiene por delante
hasta las elecciones del 2016, donde tendrá que enfrentarse a unos republicanos
mayoritariamente reacios a todo cambio de Washington con respecto a Cuba.
La publicación de los editoriales de The New York
Times – que explícitamente reclaman el levantamiento del embargo – las declaraciones de Hillary Clinton – y
otros ex altos funcionarios – y la evolución de la política en Florida – con
los estadounidenses de origen cubano con una actitud mucho mas abierta –
suscita la esperanza que la política tradicional de Estados Unidos respecto a
Cuba este a punto de cambiar.
Pero la realidad es que, para Obama, Cuba es una
prioridad relativamente menor. Es poco probable que, a la hora de decidir cómo
invertir su limitado capital político, el presidente – más centrado en la política exterior, donde
dispone de un mayor margen de maniobra, que en la política interior, donde el
Congreso dispone de la llave del bloqueo – lo dedique a cambiar de manera
significativa la política hacia Cuba.
Irak, Siria e Irán, Ucrania, Rusia o Palestina. Obama
tiene entre manos un complicado panorama internacional y no querrá arriesgarse
a perder la escasa voluntad de colaboración que tiene entre varios congresistas
del bando republicano. Con el control absoluto del Congreso en manos de estos,
el presidente necesita todo el respaldo posible para elaborar su política
exterior en un periodo crítico.
Pero las esperanzas de cambio se intensifican por la
posible participación de Obama en la próxima Cumbre de Las Américas en abril de
2015. Por primera vez desde que empezaron a celebrarse estas cumbres hace 20
años, Panamá,
el país anfitrión de la cumbre ha invitado a Cuba,
una decisión que refleja la opinión unánime de los gobiernos de la región, que
amenazaron con no ir si La Habana no era invitada.
Obama se enfrenta sin duda a su mayor
desafío diplomático en Latinoamérica en los próximos meses: si aparece en la
foto de Panamá junto a Castro la derecha estadounidense – que desde sus tribunas han sido efectivos altavoces de la
línea más dura del anticastrismo – lo acusará de haberse rendido
incondicionalmente ante la diplomacia bolivariana. Por otra parte, si Obama no va a Panamá, la “izquierda” lo acusará de haber
dictado una sentencia de muerte para el que para EE UU es el principal foro de
debate hemisférico.
El Gobierno de Estados Unidos aún no tiene claro qué hacer, como no está claro que ni siquiera la aparición de Obama en la
Cumbre al lado de Raúl Castro – por no hablar de una eventual entrevista entre
ambos –pudiera significar un cambio de estrategia de Estados Unidos respecto a
Cuba. Una apertura real hacia La Habana, que contribuiría a importantes cambios
económicos y políticos en la isla y eliminaría un obstáculo central en las
relaciones entre EEUU y el resto de América Latina.