Hasta el último momento
quiso dejar claro quién mandaba en Etiopía. Desde la cama de un hospital belga,
con toda la prensa amordazada, Internet controlado y una ley antiterrorista que
facilita el encarcelamiento de periodistas que especulen sobre salud, a Meles Zenawi no le fue difícil retrasar la
publicación de su obituario.
El exguerrillero, nacido en
una familia de clase media de Adwa, provincia de Tigris, fallecía a los 57
años, afectado de una enfermedad en el estómago. Llegó al poder en 1991, con 36
años y como líder del Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope(FDRPE), una alianza del Frente de Liberación del Pueblo Tigray (FLPY) con
otros grupos rebeldes de etnia diferente, formada dos años antes, con el objetivo
común de acabar con la dictadura militar de Mengistu. Ponía fin así a
diecisiete años de guerra de guerrillas que causó tantas o mas muertes que la
lucha contra el régimen Derg.
Zenawi fue presidente
interino hasta 1995, durante los cuatro años que duró la transición de la
“Etiopia Tikdem” de los militares a la que se dictaba desde el Woyin, órgano
oficial de los rebeldes. En 1993, Eritrea proclamaba oficialmente su independencia
y en 1994 se celebraban elecciones a una Asamblea Constituyente, en las que el
FDRPE se hizo con 484 de 547 escaños, en medio de acusaciones de fraude y
boicoteadas por parte de una oposición formada por mas de cien partidos
políticos, la mayoría de base étnica y muy poco recorrido político.
La respuesta de Zenawi y sus
aliados a las acusaciones de manipulación, llegaba un año después. Se hacían
con 483 de los 548 asientos del Consejo de Representantes, la Cámara
legislativa que sustituía a la constituyente. Una aplastante victoria, que consiguió
el visto bueno de los observadores internacionales y en la que la oposición
negó la legitimidad de las nuevas instituciones. Se ponían fin a cuatro años de
transición, Zenawi era nombrado primer ministro de una Etiopia Federal y su
hasta entonces, ministro de Información, Negasso Gidada le sustituía en una
presidencia con nada o poco poder político.
El exguerrillero seguía conservando
todo su poder, gobernando Etiopía con mano de hierro, nada que ver con el líder
Sudafricano, Nelson Mandela, con quien algunos se empeñaron en compararle. Las
elecciones celebradas cada cinco años han sido una farsa, con todos los escaños
del actual parlamento controlados por la coalición gubernamental o las
anteriores de 2005, que acabaron con 200 manifestantes fallecidos y mas de 800
militantes de la opositora Coalición para la Unidad y la Democracia (CUD), condenados
a cadena perpetua por cargos de traición.
Zenawi, marxista convencido
durante sus años de lucha, se convirtió una vez llegado al gobierno, en el
principal aliado de Occidente en el Cuerno de África. Estados Unidos y sus
aliados se conformaban con la apariencia democrática instaurada por el primer
ministro y el FDRPE, mientras les sirviera a sus intereses en la zona.
Zenawi era recibido en los
despachos de los líderes mundiales y puesto como ejemplo de gobernante para el
resto del continente, mientras el Consejo Etíope de Derechos Humanos (EHRCO) o HumanRights Watch denunciaban la grave
situación de los derechos humanos y las minorías étnicas o la ausencia de
libertades en el país, aun más recortadas desde la polémica ley antiterrorista
de 2009, que el Ejecutivo ha usado para acusar de traición a cualquier miembro
de la oposición que tuviera cualquier tipo de contacto con algún grupo
considerado terrorista por el gobierno o para encarcelar a los periodistas críticos
con el gobierno.
Y en nombre de la seguridad
nacional, el ejecutivo de Meles Zenawi practicó de manera generalizada la
detención y expulsión de personas de origen eritreo, durante y después de lo
que en 1998 empezó siendo una “pelea de familia” con la recientemente independizada
Eritrea. Esta acabó convirtiéndose en una guerra total que duró hasta 2000, con
casi 100.000 fallecidos entre ambos bandos y cerca de millón y medio de
desplazados.
Una crisis militar y
humanitaria, que llegaba al mismo tiempo que los primeros índices positivos para
la economía etíope. Después de años en las que ninguna política económica dio
resultados, como consecuencia de una guerra civil y de una sequía recurrente
que dejó cerca de un millón de muertos y que empezaba a crecer por encima de
los dos dígitos con la llegada del nuevo milenio, dejando atrás a sus países
vecinos. Unos índices de crecimiento envidiables para cualquier país occidental,
pero que no evitan que la Etiopía que deja Zenawi siga siendo uno de los países
mas pobres del mundo y con uno de los peores índices de desarrollo humano,
debido a una economía con un excesivo peso del sector agrícola, muy dependiente
de las crisis alimentarias y de la ayuda exterior con la que el gobierno ha
financiado gran parte de las infraestructuras del país, gran baza electoral de
Zenawi en los últimos años.
Millones de dólares en ayuda
al desarrollo que, por parte de los Estados Unidos crecía al ritmo que
aumentaba la implicación de Etiopía en la lucha contra el extremismo islamista
en la región. En 2006 desde Washington se alentaba a Zenawi a la invasión de
una Somalia que recordaba cada vez mas a la Afganistán de los talibanes, que
sin embargo estuvo a punto de convertirse en el Irak etíope, porque por mucho
que Zenawi intentara venderlo como una fuerza de apoyo a unas autoridades
reconocidas por la comunidad internacional,
en el mundo musulmán se tomó como una ocupación por parte de un país de mayoría
cristiana en la que los musulmanes sufren el hostigamiento y la represión
continua por parte de su gobierno. Por eso, no extrañaron las
manifestaciones de alegría de los muyahidines de Al-Shabab, al conocer la noticia
de la muerte de Zenawi, mientras Benedicto XVI, entre otros muchos líderes
expresaba sus condolencias por el “repentino” fallecimiento del primer ministro
etíope.
Un jefe de gobierno que
dejaba todo atado y bien atado para sus herederos políticos: Hailemariam
Desaleng, viceprimer ministro y sustituto natural, Tewodros Adhanom, ministro
de Salud desde 2005, Alemayehu Atomsa, líder de la Oromo People´s Democratic Organizatión (OPDO), partido aliado del gobierno y defensor de los oromo, etnia
mayoritaria del país y Azeb Mesfin, excombatiente, parlamentaria y viuda de
Zenawi, que en los últimos años había acentuado su propio perfil político mas
allá del de Primera Dama, en la línea de la ugandesa Janet Museveni.
El sábado pasado, en el
funeral de Estado celebrado en honor de Zenawi en la Catedral de la Santísima
Trinidad de Addis Abeba, solo Hailemariam Desaleng habló en nombre del Gobierno,
aunque la historia etíope ha demostrado que precisamente las palabras no son
garantía para llegar al poder.
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