El éxito electoral de Narendra Modi, al que 170 millones de votos le han
otorgado una mayoría absoluta casi inédita en India, sitúa a la sexta economía del mundo ante el dilema de
seguir siendo un país secular o transitar hacia el mítico Hindustán o tierra de
los hindúes, en la que esa mayoría religiosa dominaría a las minorías.
El nuevo primer ministro, hijo de un vendedor de té que desde 2001 ha sido jefe
de Gobierno del Estado de Gujarat, “cree en el nacionalismo hindú, en definir a
India en base a su cultura y su religión” lo que no despeja la duda de si su
partido ha abandonado cualquier pretensión de imponer una agenda hinduista
basada en el credo, o proseguirá la tradición de no mezclar los asuntos de la fe
con los de Estado.
El modelo secular – que en la India
significa la igualdad de trato de todas las religiones por el Estado y a
diferencia del concepto occidental de la laicidad
que prevé una separación de la religión y el Estado presume la aceptación de las leyes
religiosas como vinculantes para el Estado y la igualdad de
participación del Estado en las diferentes religiones – fue establecido por Jawaharlal
Nehru, padre de la nación, y lo ha mantenido su familia, la dinastía
Nehru-Gandhi, que al frente Partido del Congreso ha gobernado la India durante
54 de sus 67 años de independencia.
Pero la debacle electoral de ese partido – muy lejos del centenar de
diputados imprescindible, ni siquiera podrá constituirse oficialmente como el
de la oposición – devuelve a la actualidad el concepto de Hindustán, cuya
aplicación no tiene precedentes en la India moderna y que atribuye más derechos
a la comunidad hindú, como originaria del país, que a la musulmana.
No es la primera vez que el hinduista Bharathiya Janata Party (BJP), el
partido de Modi, alcanza el poder. En 1998, el partido nacionalista formó con
otros partidos más pequeños la Alianza Democrática Nacional – una coalición de
24 partidos que incluía al Samata Party
de George Fernandes y al AIADMK de Muthuvel Karunanidhi, principal
representante del nacionalismo tamil, entre
otros – la cual obtuvo la victoria y se convirtió en el primer gobierno
no congresista que terminó un mandato completo de cinco años.
El moderado Atal Behari Vajpayee encabezo un gobierno en torno a un
programa asimilable al centro-derecha, después de transformar en organización
de masas a un partido visto hasta hace poco como una formación religiosa
marginal y agresiva y los temores de que el BJP utilizase el poder en contra de
las minorías, en particular la musulmana, la más numerosa, no se convirtieron
en realidad.
La tolerancia de Vajpayee – primer jefe de gobierno que fue reelegido en
casi tres décadas – hacia las minorías es el consuelo de algunos líderes
musulmanes, que le comparan al actual presidente del BJP Rajnath Singh, pero
que no esconden su "temor"
hacia Modi. La controvertida personalidad del nuevo primer ministro, junto a su
formación ideológica y su polémico pasado, han resucitado viejos fantasmas.
El candidato del BJP basó la campaña en su buen desempeño como jefe de
Gobierno del estado originario de Gandhi. En este estado costero al norte de
Bombay, ha construido puertos y carreteras y lo ha industrializado. Ha
triplicado el PIB, atraído inversiones extranjeras con impuestos bajos y
logrado producir una cuarta parte de las exportaciones indias. Una gestión
económica reconocida por sus propios adversarios, pero caracterizada por los métodos
autoritarios de Modi.
El nuevo hombre fuerte de la India – desde hace años el político más
discutido del panorama político indio – pertenece desde su infancia al RashtriyaSwayamsevak Sangh (RSS), que quiere decir “Organización Nacional de
Voluntarios” y que es una controvertida organización de derechas que promueve
el nacionalismo, las tradiciones y religión hindú y que ha sido acusada de
algunos atentados.
En Gujarat en 2002, al poco de que Modi se estrenarse al frente del
Ejecutivo estatal, la quema de un tren con peregrinos hindúes en los que
murieron 58, provocó una ola de violencia que terminó con 1.000 vidas, la mayoría
musulmanes. Líderes de la minoría musulmana acusaron a las fuerzas de seguridad
de no haberlos protegido y aunque el ahora primer ministro fue exculpado por el
Tribunal Supremo por falta de pruebas, un amplio sector de la población piensa
que no tomó las medidas adecuadas para detener la matanza. Rahul Gandhi, el
heredero de la dinastía al frente del Partido del Congreso, gran perdedor de
las elecciones (con 44 escaños frente a los 282 del BJP), incluso lo comparó
con Hitler durante su campaña.
Los analistas políticos indios coinciden en que si Modi ha recibido un
apoyo tan masivo en las urnas es porque la economía es el asunto más importante
para los electores indios, pero también, en que el factor religioso fue decisivo
y que las cosas podrían cambiar para las minorías, los no hinduistas. Tanto el
partido de Modi – que durante la campaña ha intentado alejarse de los
hinduistas más radicales y dar una imagen más secular – el BJP como la
Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS), que fue decisiva para su victoria, creen que
el Estado da un trato especial a los musulmanes y otras minorías y no están de
acuerdo con ello.
El tiempo dirá, si como creen los que lo apoyan, Modi – el único que logró
crear una percepción de ser un líder fuerte durante la campaña electoral – podrá
cumplir sus promesas de desarrollo y Gobierno fuerte – satisfacer el ansia de cambio de un país que ha
incorporado 100 millones de nuevos votantes a estos comicios – y llevar
rápidamente a su país a los primeros puestos de la liga de los poderes
económicos o como sus detractores temen será un líder autoritario, que su
Gobierno sólo beneficiara a algunos grupos (entre ellos los hinduistas y los
empresarios) y sobre todo que se pondrá en riesgo el relativo equilibrio que
existe entre hinduistas, musulmanes y otras religiones, lo que supondría un
enorme cambio en la política de India, donde hasta ahora se cuidaba de las
minorías que viven en desventaja