Su nombre es Kamala Khan, tiene 16 años, es de origen pakistaní y en
febrero del próximo año nacerá como el primer personaje musulmán de Marvel Comics
– desde el 2009 en manos de Walt Disney, uno de los pilares de la cultura y la
industria de Estados Unidos, pero también una figura que sigue levantando mucha
controversia casi 50 años después de su muerte y que pago cerca de 4.000
millones de dólares por los derechos de mitos del cómic como Iron Man, Spider
Man, Capitán América y hasta 5.000 personajes más –.
La editorial de cómics estadounidense ha dado otro paso gigantesco de
diversificar contenido – que empezó hace dos años cuando Miles Morales, un joven de origen hispano y
raza negra, heredo el traje de su personaje más famoso, Spiderman – pero además
la inclusión de la adolescente musulmana entre sus personajes, ofrece a esta
empresa la oportunidad de alejarse de su imagen tradicional de que detrás de
los antifaces y de las capas siempre hay un hombre blanco – aunque dos nuevos
personajes femeninos se introducirán en el 2014 – y adaptarse a los nuevos
tiempos. Derrotar prejuicios y aproximarse a una sociedad cada vez más diversa,
donde cada vez mas, conviven razas, culturas, lenguas y religiones diferentes.
No fue la explosión de ningún planeta, el mordisco de una araña radiactiva
o un misterioso suero lo que dio lugar a la creación de Kamala, sino de una
conversación entre los dos creadores de sus aventuras, Sana Amanat y Steve Wacker, en la que la editora le contaba
su propia historia como hija de paquistaníes emigrados a Estados Unidos, que
después del Reino Unido y Oriente Próximo, acoge la tercera mayor diáspora
llegada desde la “tierra de la pureza”.
Una comunidad que en Estados Unidos disfruta, en su
mayoría, de un acomodado estilo de vida. La mayoría son profesionales liberales
– especialmente en el campo de la medicina, la ingeniera o la tecnología de la
información – o gestionan sus propios negocios que les ha permitido gozar de
cierta influencia política y social y que encaja perfectamente con el retrato
que de la familia Khan quieren hacer en el universo Marvel.
Una familia conservadora y muy religiosa – muchos se
preguntan si en el fondo no es mas que perpetuar el estereotipo que se tiene de
las familias musulmanas - que continuamente la presiona para que cumpla con las
particulares expectativas que tienen puestas en ella: que sea una buena
musulmana, que se gradué con buenas notas y estudie la carrera de medicina –
los paquistanís* ocupan la cuarta posición en el numero de facultativos de
origen extranjero, con casi 20.000 doctores ejerciendo en el país – y que no
salga con chicos. Para la nueva heroína – que adoptara el seudónimo de Ms.
Marvel cuando se transforme – satisfacer a su familia puede resultarle mucho
mas difícil que ganarle la batalla a uno de los villanos a los que se enfrenta.
La historia de Kamala es sin duda la realidad de miles de
adolescentes musulmanas en Estados Unidos que se sienten divididas entre dos
mundos: el de su familia y el de sus amigos, quienes no siempre entienden sus
tradiciones familiares o lo que significa el compromiso con Dios – Alá para
aquellos que erróneamente consideran que la palabra Dios es de uso exclusivo
del cristianismo - .
En Marvel aseguran estar preparados ante la posible repercusión negativa
que pueda surgir tras el “nacimiento” de una superheroína
musulmana, tanto por parte de los grupos antimusulmanes – en un país que pese a
los esfuerzos acometidos desde múltiples frentes, se sigue vinculando los
atentados del 11-S al colectivo musulmán – como de las comunidades musulmanas
mas conservadoras a las que seguramente no les hará ninguna gracia ver a una
joven mahometana embutida en unas mallas luchando contra los malos. Polémico fue también el estreno el pasado mes de julio en Geo, una de las principales cadenas privadas
del país, de
La vengadora del ‘burka’, la
primera serie de TV animada made in Pakistán.
Los hechos transcurren en Halwapur
un pueblo imaginario en las montañas del noroeste del país – un feudo talibán
fuera del control de las autoridades, en la franja tribal fronteriza con
Afganistán y habitado casi exclusivamente por pastunes – y su protagonista se
llama Jiya: una maestra que se defiende de los matones locales, Baba Bandook, un machista redomado con aspecto
talibán que odia las escuelas femeninas y un alcalde corrupto, arrojándoles
libros y lápices y que preserva su anonimato
gracias a un burka.
Aaron Haroon Rashid, más
conocido como Haroon, un exitoso cantante pop paquistaní y su equipo, creadores
de la serie de animación tuvieron que enfrentarse a las criticas de algunas
organizaciones feministas y educativas, alarmadas porque la heroína apareciese
haciendo uso del burka – que cubre a las mujeres de la cabeza a los pies
con apenas una rendija para los ojos y que pertenece sobre todo a la tradición
afgana – para repartir justicia. Una prenda que consideran símbolo de la
opresión a la mujer y que relacionan con el islam más intransigente que los
talibanes quieren imponer en el único país musulmán que posee la bomba atómica.
Pakistán es la cuna de Malala Yousafzai la
activista de 16 años a la que los milicianos del TTP (Tehrik e Taliban Pakistán) grupo
terrorista vinculado a los talibanes quisieron asesinar el año pasado por
estudiar y reivindicar la educación femenina desde un blog en la BBC en urdu.
Un cuaderno de bitácoras que reflejaba, con los ojos de una niña de 11 años, el
horror que había supuesto para su comarca el progresivo control de los
extremistas desde 2007. Un año después en Pakistán la violencia talibán –
además de la de los movimientos separatistas locales y el de los sectarismos religiosos–
sigue siendo máxima y no hay un solo día en el que no falten los atentados.
En ese contexto histórico y político se desarrollan
las aventuras de Jiya, una superheroina que lucha con lápices voladores que
abren candados y libros que golpean a sus enemigos, al ritmo del rap de Adil Omar o el rock de Ali Azmad, aparentemente otra serie de dibujos
animados de buenos contra malos, pero que sus creadores aseguran quieren
utilizar para lanzar el mensaje de la importancia de la educación – en un país
con un 43 % de analfabetos, donde el presupuesto de defensa y al pago de
la deuda por compra de armas se lleva casi el 54 % del total frente al 1,9 por
ciento de su producto interno bruto que se dedica a educación – y para defender
los verdaderos valores del islam, justicia, igualdad, libertad y dignidad,
totalmente opuestos a los que practican los radicales.
La serie también tiene un elemento importante: el
humor. El humor contra la violencia y los tabúes. Quizás la clave de el éxito y
la aceptación de una serie que se dispone a difundir su mensaje más allá de las
fronteras de Pakistán. El mensaje de la no violencia y del perdón que reclamaba
Malala Yousafzai en su discurso ante la ONU. El discurso de que un
libro o una pluma, un cómics o unos dibujos pueden cambiar el mundo.