Al
igual que sus vecinos en el llamado Oriente Próximo o aquí en Europa, miles de
israelíes se alzaron en 2011 a favor de un cambio. Era el despertar social de
un país que esos días vivió su propio Mayo del 68.
Dos
meses después del nacimiento del 15-M en España, profesores, estudiantes y
taxistas, enfermeras, médicos o jubilados formaban parte de un abanico social
que se levantó en contra de un gobierno que decían, hacia mucho tiempo que
había dejado de escucharles.
Mostraban
el lado mas humano y global de una sociedad que luchaba por tener una buena
educación, mejores servicios sociales o una vivienda mas barata. Veíamos una imagen
muy distinta de la que estamos acostumbrados a ver: un país deshumanizado y
obsesionado con la guerra contra sus vecinos (y ciudadanos) árabes.
Por
unos días, los lemas a favor de la revolución egipcia y las pancartas en contra
del primer ministro Netanyahu sustituían en Al Jazeera (y en todas las
televisiones del mundo) a las habituales imágenes que nos llegan todos los días
desde Jerusalén o Tel Aviv.
La
ocupación israelí ha arruinado la economía de los territorios palestinos (además
de matar personas, los israelíes bombardean cualquier cosa que se parezca a una
empresa) pero también ha tenido un alto costo económico para Israel. Eso sí,
nadie o casi nadie se atrevía a criticarlo por temor a ser acusado de traidor o
de no ser un buen judío.
Hasta
que miles de personas dijeron basta y decidieron que ya era hora de hacer oír
sus voces. Nacía el Movimiento de los Indignados israelíes.
StavShaffir, Itzik Shmuli y Alon-Lee Green fueron los líderes mas visibles del movimiento “indignado”. Un año y medio
después, dos de ellos están a punto de convertirse en diputados de La Knéset. El parlamento israelí que se renovará el
próximo día 22 en unas elecciones generales anticipadas por Netanyahu.
Stav Shaffir e Itzik Shmuli ocuparan
el numero 8 y 11 respectivamente en las listas del Partido Laborista. La
decisión de la periodista y del presidente del sindicato de estudiantes de
participar en política era esperada e incluso deseada, aunque a muchos nos ha
sorprendido que se hayan decantado por el partido de Shelly Yachimovich.
Alon-Lee Green hace tiempo que participa
activamente en política, pero lo hace en el Hadash (Frente Democrático por la
Paz y la Igualdad) un movimiento de izquierdas con cuatro diputados en la
Knéset y en cuyos principios fundacionales figuran la evacuación de todos los
territorios ocupados por Israel en junio de 1967 y el establecimiento de un
Estado Palestino al lado de Israel.
En un país cada vez mas conservador y
religioso, es sin duda el programa electoral del partido de Mohammad Barakah,
el que mas y mejor recoge las reivindicaciones de los asambleístas y
manifestantes del bulevar Rothschild de Tel Aviv (lugar de acampada
del 15-M israelí). Además de luchar a favor de la igualdad y en contra de los
recortes, también lo hacen en contra de un mal cada vez mas extendido en el
país: el racismo. Como recordaba Ana Garralda en un articulo en El País, el controvertido
oxímoron de “judeo-nazis” acuñado por Yeshayahu Leibowitz, hace meses que ha vuelto a ser recuperado en las
editoriales de la prensa de izquierda israelí.
A pesar del discurso de renovación interna de
Yachimovich y aunque todas las encuestas coincidan en que los laboristas (junto
con la extrema derecha de Naftali Bennett, la estrella revelación de estas elecciones ) capitalizaran
el descontento social persistente en el país, el partido de Golda Meir y e Isaac Rabin no ofrece
ninguna propuesta verdaderamente novedosa.
Shaffir y Shmuli van en una lista
electoral en la que la mitad de los candidatos no se habla
con la otra mitad y en la que siguen predominando las viejas glorias del laborismo.
Políticos acostumbrados al poder en un partido que dominó la vida política
israelí durante décadas y que no dudó en unirse a la extrema derecha para
seguir tocándolo cuando los números les impidieron hacerlo solos.
Y no sería nada extraño que al cierre de las urnas
y en un arco parlamentario tan fragmentado como el israelí, el Likud (aliado
con el ultranacionalista Avigdor Lieberman) y los Laboristas vuelvan a sentarse
para llegar a un acuerdo de gobierno y al que seguramente tendrían que sumar
los votos de algún partido religioso como Yahadut Hatorah o Otzma LeYisrael, la
derecha de la derecha israelí.
Lo que en cualquier otro país seria política
ficción en Israel puede convertirse en realidad. Mucha gente se pregunta, cuál seria
entonces la postura que adoptasen los recién llegados. ¿Aceptarían los lideres
del estallido social poner en manos de Netanyahu la esperanza de cambio de
todas y cada una de esas miles de personas que se manifestaron en contra de su
política?
Ambos han defendido su entrada en política con
argumentos muy parecidos: Era la siguiente fase después de la acampada y las
manifestaciones. Llevar la calle al parlamento e influir desde dentro. Un paso
lógico para un movimiento que logró cambiar el discurso político y económico
del país.
Pero desde luego no parece lo mas lógico hacerlo
desde el Partido Laborista, que aunque se esfuerce en venderse como un partido
renovado, sigue conservando todos los vicios de la vieja política israelí. Intentar
representar a esos mas de 300.000 manifestantes desde una plataforma electoral
nueva, si no querían hacerlo desde cualquier otra formación de izquierda
hubiera sido mejor entendido aún a riesgo de haber fracasado.
Muchas editoriales han llamado la atención sobre la
rapidez con la que Shaffir y Shmuli se han adaptado a la disciplina de los
laboristas. De lo poco que les ha costado pasar del lenguaje de la pancarta al
de la alta política. Y de cómo han aprendido a rodear el que vuelve a ser el
tema protagonista de la política israelí, La
Seguridad.
El gobierno de Netanyahu les acusó de ello y se
comenta entre aquellos que compartieron horas de activismo con ellos, pero si Stav Shaffir e Itzik Shmuli usaron el movimiento de protesta como trampolín político, solo lo sabremos a lo largo de la próxima legislatura. Ojala que se equivoquen (que nos equivoquemos) y su labor
parlamentaria sea una continuación de su batalla en la calles.